-¿Por qué te enfadas por lo de marimandona?
-Porque no lo quiero, no me gusta.
-Pues la marimandona es la que más manda, es la jefa y todos tienen que hacerle caso”.
Así hablan dos niñas que pasan bajo mi ventana, enzarzadas en una discusión que no parece resolverse a medida que sus voces se apagan, calle abajo. Me encantaría saber en qué queda la cosa, porque la verdad es que yo misma soy incapaz de posicionarme. Tanta razón tiene la una como la otra: la que piensa que una mujer puede tener poder y recibir respeto, y la que piensa que lo que manejan es un concepto peyorativo dirigido a cualquiera que diga esta boca es mía. La niña mosqueada lo intuye, aunque no lo sabe explicar. No le hace falta, porque todo un sistema a su alrededor se encarga, sin que ella se cosque, de que esto le parezca feo y le produzca rechazo. Así nunca querrá ser una marimandona, sino una buena niña y, a la postre, una buena mujer. Las buenas mujeres siempre dicen sí, incluso cuando dicen no. Las buenas mujeres no cuentan lo que pasa tras la puerta de una habitación de hotel, o de un coche, o de un baño. Las buenas mujeres, cuando son golpeadas, drogadas y abusadas por hombres (especialmente si son famosos y de pasta), cierran la boquita. Porque si la abren, aparte de poder parecer marimandonas, serían guarras y mentirosas. Se amoldan, por tanto, al antónimo: dócil y obediente.
Implantar todo este imaginario es un empeño complicado, por lo que hay que empezar cuanto antes. Todo a tu alrededor te deja claro, como ya lo tiene claro la niña del principio, que expresar algún tipo de voluntad, deseo o decisión en lo que concierne a tu persona y a tu cuerpo de niña-mujer, es algo deleznable. No es que esté revelando nada nuevo, ¿verdad? Y sin embargo, llevamos unas semanas de testimonios de mujeres que abren la boca para dejar salir un horror que lleva tiempo quemándoles por dentro. Un horror que empezó con un ahe y un camelo con acento andaluz. Naturalmente que el acento no hace al abusador ni viceversa. Esta lacra es universal y se da en todos los dejes de todas las latitudes del planeta. Lo andaluz lo resalto hoy aquí porque en un espacio de menos de un mes, tres cantantes de raigambre andaluza están en la palestra por abusos físicos sobre mujeres: Diego el Cigala, Ayax y Prok.
El Cigala (madrileño de ascendencia salmantina y andaluza) es noticia porque recientemente se ha celebrado juicio contra él por acusaciones de violencia machista. Es su ex-mujer, la jerezana y también cantaora Kina Méndez, quien las interpone. Su abogada pide seis años y ocho meses de prisión, la Fiscalía cinco. Aún no hay sentencia cuando escribo esto, pero Kina no sabe si se hará justicia. Porque siendo mujer y gitana, dice, no la creen. Eso a pesar de que no es la primera denuncia que recibe el artista por delitos machistas. Él, que llama a la jueza “cariño” aun sabiendo que su destino depende del poder de decisión de esa mujer, está seguro de que Kina lo hace todo por dinero. Porque “siempre quieren dinero las mujeres”.
Por su parte, los raperos granadinos Ayax y Prok están viendo cómo un torrente de voces de sus víctimas está empezando a sonar. Tras el escándalo de Errejón, mitigado en medios por el horror de la Dana en Valencia, y viendo lo que puede la sororidad, decenas de mujeres jóvenes (demasiado jóvenes en no pocos casos) se atrevieron a contar sus historias a través de la cuenta de Instagram @denunciasgranada. Aunque no se daban nombres, muchas de las seguidoras de esta cuenta dedicada a recopilar testimonios de agresiones y abusos sexuales fueron capaces de reconocer los perfiles de estos hermanos. Las descripciones de su forma de proceder se repetían entre mensajes: sumisión química a través de bebidas alcohólicas, engaños para llevar a las jóvenes a sus habitaciones de hotel, acoso, malos tratos físicos y verbales, violaciones…
¿Y las consecuencias, cuáles son?
Para el Cigala, de momento, nada más que algunos titulares en prensa (además de este valiente alegato de Silvia Agüero Fernández en El Salto), aunque con menos bombo mediático del que, en mi opinión, se esperaría. A menos que finalmente haya pena de prisión, seguirá siendo un artista internacional, bien valorado y al que no le faltará trabajo. Kina estará en clara desventaja.
Para Ayax y Prok sí ha tenido algunas consecuencias: la cancelación de un concierto y el borrado de su contenido en las redes de su agencia de contratación, que ha roto relaciones con ellos, además de la eliminación de su propia cuenta de Instagram. Su próxima gira queda en el aire, cierto, pero la experiencia nos dice que aparte del inmediato (aunque aparentemente no pleno) descrédito profesional, poco más les pasará. Ellos, por su parte, han emitido un comunicado negándolo todo, aferrándose al hecho de que no hay denuncias formales interpuestas contra ninguno de los dos. Como si no hubiéramos aprendido ya más que de sobra que en estas situaciones las mujeres pocas veces denuncian. Porque, a la vista está, se exponen a ser cuestionadas, ninguneadas, infantilizadas e insultadas sistemáticamente.
Para ellas, las consecuencias empezaron hace mucho. Dolores físicos, traumas, pesadillas, ansiedad, incapacidad para hacer ciertas actividades, para tener relaciones normales, para confiar en otras personas o en sí mismas. Ahora se les cuestiona lo que narran, el cómo y el dónde lo hacen. Todo por decir “esta boca es mía y ya no la callo”. Por decir “este es mi cuerpo y yo decido”. Por contar lo que han vivido en el único espacio que han percibido seguro, que manda narices, ha tenido que ser una red social. Por revelarse valientes. Por buscar ser, de algún modo y en justicia, marimandonas sobre su propia vida y relato.
Andalucista, arqueóloga e intérprete del patrimonio. @memoria_yerbabuena en Instagram.