Desde las 3:30 de la madrugada servidor – y otros tantos compañeros/as de viaje- despertábamos de un breve sueño, por cuestiones de tiempo y vitales, para prepararnos y ponernos en marcha hacia el punto de encuentro de salida para emprender el viaje hacia Agmat, siguiendo los pasos de Infante 100 años después. Sin ningún contratiempo y con una puntualidad suiza salía el autobús de Sevilla una hora después, a las 4:30, rumbo a Jerez y, posteriormente, Tarifa, donde un ferry nos esperaría para acompañarnos a pisar tierras marroquíes, tal y como lo previó la agencia de viajes que lo ha posibilitado, Singularize Spain.
Así fueron las primeras 7 horas de nuestro despertar, envueltas en un ir y venir continuo, marcado por la velocidad de los transportes y la exasperación de la espera, donde el autobús ha sido nuestro principal compañero de viaje. También una vez aterrizados en Tánger tuvimos que recorrer al socorro de este grato vehículo, que da cabida a este nutrido y variopinto grupo. Especialmente emocionante ha sido ver el amanecer en mitad del estrecho, triste protagonista de historias desoladoras pero que, en ocasiones como esta, demuestra la majestuosidad que ostenta su legado, que ha vivido, a su vez, cientos de historias que han marcado un antes y un después en la historia de múltiples países y reinados.
Dejar Andalucía -aunque sea temporalmente- no es una tarea fácil, y mucho menos para todos los que componen este grupo, poblado, en su mayoría, de seguidores de la doctrina andalucista infantiana y enamorados de la tierra que les vio nacer. Muchos líderes políticos que poblan nuestro parlamento deberían comprobar, en ocasiones como estas, cuál es el verdadero compromiso, cariño e historia que nuestros vecinos y vecinas guardan a Andalucía. Los sinsabores saben a recuerdos de niñez que se camuflan en epopeyas de valentía, superación y amor a unos colores, los blanquiverdes, que van más allá de dos franjas en una lona, sino de tradición, lucha, sacrificio e historia.
Estas historias vitales nos han acompañado hasta la llegada a la mítica ciudad de Casablanca, donde por fin hemos podido descansar y reposar de la larga travesía y coger fuerzas para el resto del día. En la zona costera de la ciudad anidamos -sin ser sospechosos de añorar nada- para poder almorzar. Una comida, por cierto, que a muchos sorprendió por su sabor, variedad y originalidad. Aunque a mi compañero de mesa le quedara un sabor de boca un tanto amargo; pero no os contaré quién es.
Acto seguido marchamos hacia la mezquita de Casablanca. Una imponente catedral moderna, finalizada en 1993 y que se ha convertido en una de las más importantes de la religión islámica. No hace falta entrar en su interior para comprobar su majestuosidad. Imponente, se erige sobre las aguas para albergar a más de cien mil creyentes que, cada año, peregrinan a esta para realizar sus tradiciones religiosas. Además, su arquitectura es particularmente hermosa, marcada por las herencias andalusíes que este pueblo comparte con la tradición e historia de Andalucía.
Una visita a otra de las plazas más emblemáticas de la ciudad ha sido el colofón a un primer día marcado por la ilusión, las ganas y el cansancio. Notorio, sobre todo, por los largos trayectos y las pocas horas de sueño. Es curioso reconocer, en muchas partes de la arquitectura de los paisajes que hemos podido contemplar, retazos arquitectónicos de nuestras ciudades, tanto en fachadas de edificios, sobre todo los que históricamente se encuadran en la época de dominio español, como en múltiples de decoraciones, adornos o terminados. El mayor inconveniente, hasta ahora, es encontrar un lugar donde nos sirvan un mollete con aceite y azúcar. Seguiremos informando.
Periodista todoterreno especializado en comunicación política. Tratando de interpretar la actualidad con la mirada puesta en el sur.
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Codirector de Espacio Andaluz.