En los anales de la memoria más reciente de Andalucía y del andalucismo histórico no hay fecha más inmortal por sí sola que el 4 de diciembre de 1977. Aquella jornada, más de millón y medio de andaluces y andaluzas salieron a las calles de las ocho capitales provinciales no solo reconociéndose como pueblo, es decir, teniendo conciencia de sí mismo, sino demandando ser reconocido como ello por el Estado español y por el resto de comunidades que acabarían conformándolo en el proceso de democratización de este.
La convocatoria institucional del referéndum sobre el proceso autonómico -28 de febrero de 1980- y la posterior aprobación del Estatuto de Autonomía el 20 de octubre de 1981, de hecho, jamás podrían entenderse sin la irrupción multitudinaria y completamente sorpresiva del 4-D. Una más que simbólica cita en la que, por primera -y única vez-, las calles y balcones de Andalucía se engalanaron exclusivamente de arbonaidas -banderas andaluzas-.
No era casual. Referentes teóricos e intelectuales del andalucismo histórico, como el historiador y «andaluz de conciencia» Manuel Ruiz (Sevilla, 1959), señalan que con esa arbonaida «no solo se estaba levantando una Andalucía», sino que el pueblo andaluz «estaba organizándose y uniéndose para la conquista de unos derechos y para que la democracia que llegaba no fuera centralista».
Tal es así que aquel día, que la bandera española, la rojigualda, revistiese algún edificio o fuese portada por alguno de los y las manifestantes no era considerado de agrado ante una comunidad y una algarabía que durante esas fechas no sentía pertenecer a nación alguna más próxima e inmediata que a la que compartía una identidad social y cultural y en la que había sujetos que participaban de unos mismos deseos, aspiraciones, rasgos distintivos y también pesares.
En Málaga, por ejemplo, la ausencia, precisamente, de la bandera andaluza colgando en la Diputación Provincial de Málaga, donde ondeaba la española por orden directa del entonces presidente de este ente público, el falangista Francisco Cabeza, quien prohibió que luciese la andaluza pese a que tenía directrices de que lo hiciese, suscitó que el otro héroe -anónimo- de la manifestación del 4-D en la capital costasoleña -junto al difunto Manuel José García Caparrós-, el utrerano (Sevilla) Juan Manuel Trinidad Berlanga, escalase por este edifico hasta llegar al punto donde se localizaban las banderas, donde izó la arbonaida. Un hecho que suscitó que el máximo dirigente de la Diputación dictaminase a la Policía Armada el reprender con dureza la movilización pacífica.
En Sevilla, por su parte, los centenares de miles de congregados en la manifestación, que llenaron a lo largo y ancho la céntrica Avenida de la Constitución, también condenaron que banderas españolas luciesen en algunos inmuebles aislados -muy pocos-, siendo retiradas inmediatamente, y, sobre todo, que el icónico edificio de La Adriática enarbolase una de gran tamaño con el lema «Viva Andalucía Española», reclamando la multitud que fuese retirada al grito de «Fascistas, mam…, bajad de los balcones». La negativa a que lo fuese provocó la ira de la muchedumbre, lo que condujo a que las autoridades policiales interviniesen.
Periodista. Magíster en Comunicación Institucional y Política. Pasé por EL PAÍS y Agencia EFE. Codirector de Espacio Andaluz (EA).