Pese a que durante la última década la sociedad ha desestigmatizado uno de los jardines más oscuros que aún siguen imperando sorprendentemente en pleno siglo XXI, dicha parcela todavía es un resquicio que muchísimos y muchísimas se dignan a regar y ante la que otros tantos y tantas se niegan a asomar para arrojar algo de luz, por tímida que sea.
Es un jardín lleno de rincones oscuros, lleno de miradas apartadas, lleno de vacíos, de silencios cobardes. El nombre de ese jardín no es otro que el de salud mental, una cuestión que en muchas ocasiones se convierte en un verdadero laberinto de dificultosísima salida para aquellas personas que penetran, (in)voluntariamente, o que hemos penetrado en él en alguna que otra ocasión a lo largo de nuestra vida.
La salud mental es un jardín al que ahora se asoman, aunque sucintamente, algunas que otras administraciones públicas para indicar la importancia de cuidarlo. Hasta el mismo Defensor del Pueblo Andaluz ha puesto su mirada en este espacio desde 2013. El 8 de abril de dicho año, se presentó en el Parlamento andaluz un amplio informe sobre los enfermos mentales en Andalucía en el que, cito textualmente, “es pues, este cruce de voluntades de carácter político institucional, sanitario y social, lo que hace nuestra institución camine y sea testigo de los distintos avatares por los que transcurre este dilatado proceso de reforma del sistema de salud mental…”. Ahí me voy a quedar porque, oye, qué bonito queda en papel pero que diferente es lo que nos encontramos en ese maldito lugar que cada vez se hace más grande, sombrío y frondoso.
Cómo no, Andalucía se encuentra la cola de la salud mental. La Junta de Andalucía apenas se digna a contemplar ni siquiera un poquito de esta grave problemática que ya alcanza prácticamente a la amplia mayoría de los andaluces y andaluzas para encender, al menos, una pequeña vela y proveer un poco de claridad ante esta hecatombe. Y es que las cifras y datos sobre este asunto no hacen sino que me avergüence del rubor que producen.
He querido inmolarme yo misma en este jardín porque el próximo 10 de octubre se celebra el Día Mundial de la Salud Mental, y creo que no hay mejor motivo que este para denunciar, para reclamar, que somos muchos y muchas los que buscamos todos los medios posibles para salir de esa maldita maraña repleta de oscuridad. No podemos ni debemos consentir que la inversión en Andalucía no llegue a los 3,5 psicólogos por cada 100.000 habitantes en el Servicio Andaluz de Salud, mientras que la media española disfrute de una ratio, si bien tampoco adecuada, al menos de 6 y, para que la europea sea de 18. Andalucía nuevamente en el vagón de cola y teniendo, paradójicamente, el jardín más grande que existe, en este sentido, en territorio español.
Ante todo, esto me pregunto: ¿cuánto cuesta una vida? ¿Cuánto cuesta tener a tu población sobreviviendo a base de orfidal o lexatín? ¿Cuánto cuesta tener este jardín? La Junta de Andalucía no debería consentir que una persona tenga que elegir entre comer o ir al psicólogo, ya que tienen que gestionar miedos intensos con recursos frágiles, o tenga que, en último término, entre elegir entre sobrevivir o vivir, entre vivir en ese jardín oscuro o morir.
El presente artículo pretende dar, por mínimo que sea, un buen ‘tirón de orejas’ a la Administración andaluza y sacarle los colores a los dirigen nuestro débil servicio de salud. Los/as psiquiatras y psicólogos/as, por su parte, mientras la Junta se ‘regocija’ ante la ‘buena gestión’ que dice implementar, imploran ayuda a aquellos que la dirigen. Cabría recordarle al Gobierno andaluz que, si no lo conciencia no les reconcome, hay miles de personas en Andalucía que, diariamente, demandan auxilio, salir de ese particular embrollo que los consume cada día lentamente. Andaluces y andaluzas que no encuentran una mano tendida de los poderes públicos, precisamente, aquellos que tienen el deber y la obligación de salvaguardarlos, de guarecerlos y guarecerlas. Una petición de auxilio mental que no solo la piden las personas enfermas, también lo piden las familias que ven cómo afrontan severas bajadas en picado emocionalmente, mientras el acceso a asistencia sanitaria es, asimismo, una carrera de obstáculos cada vez mayor.
La salud mental ha de ser también un eslabón importantísimo del Estado del bienestar, permitiendo a los ciudadanos y ciudadanas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de la comunidad. Por eso tan solo quiero pedir algo de luz, que la Administración autonómica invierta en esta grave problemática que todavía intenta silenciar como puede. ¡Tan solo reclamamos solidaridad, agua y luz, para poder convertir ese tenebroso jardín en uno lleno de flores!
Madre, feminista y andalucista nacida en Baena, Córdoba. Integrante de Iniciativa del Pueblo Andaluz, organización en la que ingresó, en 2018, por su vertiente autonómica, feminista y ecologista. Ha sido propietaria y directora de una academia de danza.