Artículo de Rocío Cruz Gómez, andalucista, madre y feminista, olor a tierra mojada

Olor a tierra mojada

Dentro de poco tiempo comenzará en nuestra tierra la recolección de uno de los frutos más preciados que tenemos en este enredado mundo: la aceituna. Una recogida que se hace a través de un magnífico ritual que en muchas ocasiones pone en marcha el engranaje de familias al completo.

He tenido el honor de saber lo que es cosechar este fruto “sagrado” que hace deleitarnos con unos de los mejores manjares del mundo, pese a que en estos momentos se esté convirtiendo, desgraciadamente, en un auténtico lujo. Una suerte de ritual mágico que, en algunas ocasiones, ahora bien, hace que te duela hasta el último hueso y músculo del cuerpo.

Para hablar de este ‘arte’, eso sí, es menester hacerlo, además, bajo una clara perspectiva de género. Las mujeres tienen un papel fundamental en este evento, que no es sino, en definitiva, un acto social más. En él, si la mujer no va acompañada de un hombre, no es aceptada en la cuadrilla y se queda sin poder llevar el pan a casa. Aunque parezca anacrónico y retrógrado, esta clara discriminación a razón de sexo sigue teniendo lugar en pleno siglo XXI, aunque a muchas y muchos les sorprenda.

En este tradicional quehacer, a las mujeres solo se les está permitido efectuar determinadas y acotadas acciones: recoger las aceitunas del suelo, llevar la ‘soplaora’, coger en cepillo, o, para demostrar que hemos avanzado a medias, tirar de los fardos. El vareo, las canastas y el tractor aún siguen siendo labores solo destinadas a la práctica de sujetos masculinos. Pese a ello, el papel de la mujer va mucho más allá de la práctica rutinaria, pues esta es la encargada de preparar la vianda, tener lista la ropa para el día siguiente, tener la despensa llena, u, organizar a la familia para que todo ese ritual no pierda ni un ápice de tan injusta magia.

Aunque esta clara distinción por simple razón de género me hierva la sangre, aun cuando me salgan sapos y culebras por la boca, quiero mostraros lo fascinante de esta época. En ella, el frio cala hasta el más minúsculo hueso de tu cuerpo. Esta gélida coyuntura es mitigada gracias a una tradición ancestral: se hace una candela, se ponen piedras alrededor y, cuando están calentitas, se meten en el bolsillo y listo. Los cánticos, los chascarrillos hacen que un engranaje casi perfecto comience a rodar y todos y todas en la cuadrilla vayan a una. ¡Qué magnifico equipo, oye!

Mujeres trabajando durante la campaña de recogida de aceituna
Mujeres trabajando durante la campaña de recogida de aceituna

Esa, es la parte bonita o, más bien, esotérica. Siempre, atendiendo al lado más amargo de esta convencional tarea, ha olido a tierra mojada. En Andalucía, siempre se ha trabajado sistemáticamente para grandes terratenientes, dueños/as y señores/as de grandes cantidades de tierra que lo único que han hecho es dar miajas al pueblo que ha labrado y labra sus tierras. Esto nos lleva a la identificación de clase, que no es mas que un indicador social. Nadie quiere pertenecer a la “clase baja”, pero casi nadie tiene problemas en considerarse miembro de “clase trabajadora”. Pero en Andalucía la lucha de clases siempre ha estado presente. Siempre vinculado al movimiento jornalero y a eso a lo que se le ha hecho llamar ‘el problema agrario andaluz’.

Este paradigma no me hace más que retrotraerme a una archiconocida sentencia: “la tierra es para quien la trabaja”. Los tiempos, lamentablemente, solo han cambiado para unos pocos. Los jornaleros y jornaleras siguen, no obstante, estáticos y estáticas, con una reforma agraria que los hace estar congelados en esa línea cronológica de constantes y profundos cambios en el sistema de producción.

Ha llegado quizás el momento de hacer que ese olor a tierra mojada, con la presencia del sol,  haga que florezca una reforma agraria justa y necesaria para nuestra gente, para nuestro pueblo, para nuestra tierra. Nuestros antepasados así lo querrían. Honraríamos así la memoria de tantos hombres y mujeres, que no solo han trabajado, sino que también han luchado por un sistema agrario justo.

Madre, feminista y andalucista nacida en Baena, Córdoba. Integrante de Iniciativa del Pueblo Andaluz, organización en la que ingresó, en 2018, por su vertiente autonómica, feminista y ecologista. Ha sido propietaria y directora de una academia de danza.

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