David Serrano, SG Juventudes Más País Andalucía
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Vivienda en Andalucía: la trampa silenciosa que ahoga a una generación

El problema de la vivienda para la juventud andaluza es una realidad alarmante que, sorprendentemente, no parece estar en la agenda del PP andaluz. A medida que las cifras revelan la magnitud del desastre, las repercusiones en la salud mental de esta generación se vuelven cada vez más difíciles de ignorar.

Las cifras hablan por sí solas: más del 70% de los jóvenes andaluces entre 25 y 34 años sigue viviendo con sus padres, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). No es una opción tomada por gusto, sino el resultado directo de una precariedad laboral que roza lo absurdo. Aquellos que logran un salario de 19.200 euros anuales en Andalucía no es más que una cruel ironía frente a la realidad del mercado inmobiliario, donde el alquiler promedio en ciudades como Sevilla o Málaga supera los 800 euros mensuales. En lugar de un acceso a la vivienda, lo que enfrentan es una auténtica burla que evidencia la desconexión entre el coste de vida y la realidad económica de la juventud.

Dicho lo cual, el impacto en la salud mental de los jóvenes andaluces es una bomba de tiempo que parece estar siendo ignorada deliberadamente. La constante incertidumbre económica y la imposibilidad de independizarse están alimentando una crisis psicológica de proporciones alarmantes. La ansiedad y la depresión se han convertido en compañeras constantes para muchos, y no por elección, sino porque el sistema ha fallado en ofrecerles un futuro estable.

Es trágico que en una sociedad que idealiza la juventud como una etapa de crecimiento y oportunidades, estos mismos jóvenes estemos atrapados en un ciclo de desesperación y estrés crónico. La falta de acceso a una vivienda no es solo un inconveniente; es una agresión directa a la salud mental de toda una generación. Si seguimos ignorando este problema, no solo estaremos condenando a los jóvenes a una vida de inestabilidad emocional, sino que estaremos poniendo en riesgo el futuro de la sociedad en su conjunto.

Dicho panorama no es simplemente una cuestión de desequilibrio económico; es una manifestación profunda de fallos estructurales en la cohesión social y en la política pública. La imposibilidad de acceder a una vivienda digna está inmovilizando a una generación entera, generando no solo una dependencia prolongada de los hogares familiares, sino también una creciente crisis de salud mental caracterizada por ansiedad y desesperanza.

Esta situación revela una disonancia preocupante entre las aspiraciones de autonomía personal y las realidades impuestas por un mercado laboral y habitacional desajustado. La inacción y la falta de medidas efectivas por parte de los responsables políticos subrayan una desconexión alarmante con las necesidades urgentes de la juventud. Si no se abordan estas disfunciones con políticas integrales y adaptadas a la realidad contemporánea, el riesgo es que esta crisis se profundice, socavando los fundamentos de la estabilidad social y económica

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