Esta semana se ha confirmado la perjudicial situación del campo almeriense y los múltiples efectos que está teniendo la agricultura intensiva en este espacio. Una investigación liderada por el CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) ha tomado Almería como ejemplo para manifestar la peligrosidad de este modelo de cultivo en las zonas áridas. Este tipo de agricultura está dando lugar al agotamiento de los recursos hídricos, su degradación cualitativa (por contaminación e intrusión marina), la pérdida de la biodiversidad, la contaminación por microplásticos y el aumento de las emisiones de carbono en la región.
Pero, no solo estamos ante una problemática medioambiental, este análisis expone las consecuencias sociales y económicas de la agricultura intensiva. A palabras de Jaime Martínez Valderrama, investigador del CSIC en la Estación Experimental de Zonas Áridas, “este sistema de producción agrícola genera deudas y desigualdades sociales, que a su vez llevan a la intensificación de un modelo de producción que busca bajar los costes de producción a toda costa. El resultado es un agronegocio dependiente de recursos externos (energía, fertilizantes, mano de obra, capital) que lo sitúa en una posición de creciente dependencia y vulnerabilidad”.
La función de esta investigación es proponer soluciones, que van desde la búsqueda de recursos hídricos alternativos hasta la reducción de la superficie de cultivo, la búsqueda de cultivos mejor adaptados a la aridez o ampliar los márgenes de ganancia de los agricultores. Y para ello se sirven de la observación de un patrón repetido en otras zonas áridas del mundo (Perú, el norte de África, el noroeste de China o Arabia Saudí) con la clara intención de conocer estos mecanismos que permitirán aliviar la vigente situación.
Esta sobreexplotación de la tierra provoca que las masas de agua subterránea en el Campo de Níjar y Campo de Dalías hayan perdido millones de litros de agua en el último medio siglo. El informe cita un estudio de 2014, que estimó que cada año se vacían 400 hectómetros cúbicos de los acuíferos en Almería. Además del consumo excesivo de estas aguas, algunas reservas subterráneas se ubican bajo los plásticos empleados para los cultivos intensivos, provocando filtraciones en las balsas que comprometen la calidad del agua. Así esta contaminación más las filtraciones de agua salada del mar provocan que algunos acuíferos sean ya inservibles.
En materia laboral, este método de explotación agraria ofrece condiciones pésimas traducidas en largas jornadas, contratos temporales saldadas con salarios irrisorios. Alrededor de 75.000 personas están dadas de altas en la región como agricultores, mientras que otros tantos miles trabajan como jornaleros sin contrato y viven en poblados de chabolas bajo condiciones infrahumanas.
Pero, en dicho análisis no solo se pone de manifiesto la precariedad laboral alrededor de la agricultura intensiva si no que muestra cifras como que levantar una hectárea de invernadero moderno cuesta entre 177.000 y 275.000 euros, y anualmente hay que gastarse otros 20.000 por hectárea en fertilizantes, semillas, maquinaria, etc. Ante unos costes tan elevados, se habla del sistema del pez que se muerde la cola porque cuanto más invierten, más producen; a más producción, inferior es el precio del producto; y para compensar este descenso en la cifra buscan una mejoría en la eficiencia, dando como resultado un beneficio similar pero con una ocupación disparatada de los terrenos. “Es una dinámica habitual para muchos agricultores. Parece que están creciendo mucho cada año, pero su nivel de vida está estancado” afirman en la investigación.
Periodista especializado en comunicación política e interesado en el séptimo arte. Tratando de contar lo que acontece en el sur de la mejor manera posible.
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Redactor en Espacio Andaluz