La educación pública se defiende

Tenemos la suerte de haber podido interiorizar la obligatoriedad de ir al colegio, de asumirlo como un trámite del que solo pensábamos en cómo escaquearnos. Una cita mañanera, de lunes a viernes, de la que esperábamos con ansias el recreo y la campana de salida. Entre las paredes de nuestros colegios, hemos aprendido del mejor profesorado, el de la escuela pública andaluza, hemos conocido a Platero y a Juan Ramón Jiménez, hemos engullido pan con aceite y azúcar y hemos ondeado la bandera de Andalucía mientras nos desgañitábamos cantando el “Andaluces levantaos”.

Nos fuimos haciendo mayores y con la entrada al instituto, dejamos atrás el club de la Banda o las mañanas de Bandolero, Rosita y Tragabuche para empezar a preocuparnos más por poner bien la contraseña universal de todo instituto andaluz: ‘tienelatararaunvestidoblancollenodecascabeles’. Todo un reto, ahora que la estoy escribiendo de nuevo.

Sin embargo, el verdadero reto venía cuando tocó decidir qué titulaciones superiores cursar. No sólo era un reto académico para cualquier estudiante, sino también un reto económico para cualquier familia obrera. Conscientes de esta problemática, el socialismo andaluz puso en marcha la famosa medida de la bonificación del 99% de las matrículas universitarias. La universidad pasó de ser un luego para unos pocos a una oportunidad para la mayoría. Desde el momento en el que los y las hijas de obreros y obreras llenaron las aulas, la desigualdad lo tuvo un poco más difícil para hacer de las suyas.

Se entendió la educación pública como la mejor arma para luchar contra la desigualdad, porque abría puertas, derrumbaba muros y empoderaba a la juventud. Y lo sigue haciendo. Nos sigue dando la oportunidad, con las diferentes adversidades que cada persona puede encontrarse en su vida, de acceder a las enseñanzas superiores y poder optar por la profesión que deseamos. Se entierra, de esta forma, el proceso medieval de heredar la profesión de papá. Ahora, desde tus raíces obreras, puede tener un empleo y una vida digna (o al menos, intentarlo porque librarse de la precariedad es un milagro) donde puedas tener mejores derechos laborales o simplemente puedas irte de vacaciones una semana a Punta Umbría.

No obstante, a otros modelos de gobierno, como el actual andaluz, no les gusta demasiado eso de que la educación pública rompa desigualdades; y por esta razón, una de sus dianas está siendo la educación pública.

Quizás por eso nos bombardeen con presupuestos insuficientes, recortes de profesorado, modelos de financiación peligrosos y más cuestiones que hacen tambalear la igualdad estudiantil. Quizás por eso, en Huelva sufrimos el exceso de ratios en las aulas, las más de 2000 líneas educativas suprimidas. Para no ir más lejos, Villarrasa se movilizó por la necesidad de un profesional de apoyo para el alumnado con necesidades educativas especiales; o Punta Umbria, que lleva casi un mes con tres de sus cinco profesores/as en un nuevo ciclo formativo; o los seis menores de la sierra de Huelva que no puede ir a clase por la falta de plazas en los autobuses que los desplazan de un municipio a otro.

Quizás y solo quizás, por eso a la UHU le recortaron de su presupuesto casi 10 millones de euros en 2022 y corrió peligro de ser clausurada con el nuevo modelo de financiación del PP; el cual se paralizó gracias a la presión social y de todos los rectorados de las universidades públicas andaluzas. Este modelo del gobierno andaluz actual le está poniendo una alfombra roja y le están abriendo las puertas de par en par a la privada, para que la enseñanza vuelva a ser solo de unos pocos. Ellos también entienden la educación como un arma contra la desigualdad social, por eso es ahí donde pretender hacer daño.

Y es que hay una parte de la sociedad a la que no le conviene la igualdad de oportunidades; una pequeña parte a la que la educación de calidad les viene mal porque acabaría con el monopolio laboral que históricamente las familias pudientes habían manoseado. Nos está quedando claro que no nos quieren en las mismas aulas ni con la misma formación que ellos.

Lo que no saben es que la batalla la ganamos cuando le primer hijo de obrero puso un pie en la universidad y, a partir de ahí, nadie nos va a poder parar. Porque, es verdad que Bandolero, Rosita o Tragabuche ya no están para “salvarnos”; ahora estamos nosotros defendiendo con uñas y dientes que la educación pública andaluza nos siga garantizando la igualdad de oportunidades.

Manifestación por la educación pública y justa

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