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La turismofobia no existe, son los padres

Pese a que sempiternamente Andalucía y los andaluces y andaluzas han emergido a este mundo con un estado de naturaleza que casi concebía al visitante foráneo como un habitante más de sus ciudades, la comunidad, de la noche a la mañana y para sorpresa de todos, se ha vuelto turismófoba. O eso dicen Juanma Moreno y el Partido Popular.

Los populares andaluces y su líder siguen buscando la estrategia y la etiqueta discursivas con las que conseguir que la población andaluza se doblegue ante un modelo turístico y unas leyes del mercado que solo vienen a favorecer a especuladores, grandes propietarios, rentistas, empresarios de la hotelería y la hostelería y amiguetes varios. Y, sí, ‘amiguetes’, en masculino, dado que, para más inri, el mercado de la vivienda también acucia la brecha salarial, según los últimos informes. Ellas, más inquilinas; ellos, más propietarios.

Mientras tanto, son cada vez más los vecinos y vecinas de las grandes ciudades andaluzas, a los que el presidente andaluz y sus ideólogos pretenden engañar en una suerte de trampa vital -nada inusual en la derecha para con la clase trabajadora-, que siguen sufriendo -como pudo verse en Málaga y Cádiz- por esa «vía andaluza» que hace de la actividad turística, completamente descontrolada y paupérrimamente gestionada, la principal quimera de estos y estas.

Manifestación turismo masivo y vivienda Málaga. 29 de junio de 2024.

Y no, no es por turismofobia. La turismofobia, no existe, son los padres, al menos, en Andalucía, siempre dada a dar lo que tiene. El problema es que cuando los andaluces y andaluzas ven que se gobierna en torno al visitante, cuando le arrebatan el techo, su ya maltrecho horizonte de aspiraciones y lo que es suyo -sus servicios públicos, su patrimonio, sus museos, sus tradiciones, su ocio, su identidad-, soportan y callan, pero llegado el día se levantan. Y no lo hacen contra el que es de fuera, que ya decía Blas Infante que «en Andalucía no hay extranjeros, sino contra aquellos que desde las administraciones facultan sus ‘sinsudores’.

Quizás entonces no sea el problema la «turismofobia», y sí que lo sean en cambio la turistificación; la especulación inmobiliaria y la conversión de viviendas con fines domiciliarios, antes habitadas por residentes autóctonos, en simples pisos turísticos destinados al trasiego de visitantes; la expulsión de los vecinos y vecinas de los centros históricos y de su radio más cercano; la existencia de barrios de primera, localizados en ese entorno céntrico, y de segunda, cuando nos vamos alejando de este; la venta del patrimonio local a empresas -externas- para que lo exploten; la privatización de bienes y servicios; la pérdida de la identidad histórica; o, la adaptación de la cualificación y de las posibilidades vitales de la población autóctona a aquello que satisfaga al sector turístico, entre otras muchas cuestiones.

Turistas en una calle céntrica de Málaga con las maletas.

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