Artículo de opinión de Grecia Mallorca: "tiene Aníbales la cosa"

Tiene Aníbales la cosa

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Recientemente ha fallecido Aníbal Vázquez, alcalde de la localidad asturiana de Mieres. Un señor que venía de trabajar en la mina, tan preocupado y respetado por su pueblo que fue reelegido en sucesivas ocasiones con mayoría absoluta. Aníbal fue tan buen alcalde, que hasta le votaba la gente de derechas. Se le quería de tal modo, que su funeral nos dejó imágenes del acompañamiento multitudinario de su pueblo en su último viaje. Esas imágenes me llevaron a otras similares guardadas en mi memoria: el entierro de otro Aníbal, esta vez González. El arquitecto sevillano fue tan querido en la ciudad, la cual entendió y valoró su legado, que a la hora de su muerte el féretro fue acompañado por masas de gente, desde su céntrica casa hasta el cementerio de extrarradio. En ambos casos, las imágenes son impresionantes y denotan cómo trataron a sus congéneres en vida. Es en este punto donde yo me remuevo y empiezo a imaginar: ¿Cómo será eso de hacer las cosas tan maravillosamente bien, que tu falta se lamente masivamente? ¿Cómo será tener gobernantes que susciten eso? Viendo lo que tenemos en Andalucía, la estampa se me antoja imposible…

Imaginemos que hoy faltara alguno de los alcaldes de las grandes capitales andaluzas, o el propio presidente autonómico…¿Veríamos una respuesta multitudinaria por parte de les andaluces? ¿Veríamos un féretro que no toca el suelo, o un coche fúnebre que no pudiese avanzar entre la marea humana? Lo dudo muchísimo. Porque al contrario que los Aníbales, estos gobernantes nuestros no se hacen querer. Más bien se diría que se empeñan en despreciarnos, empobrecernos y cabrearnos. Un puñado de lazos negros, banderas a media asta y luto oficiales, por supuesto que sí. Pero me cuesta visualizar a vecinos llorando a moco tendido por la gran pérdida, llevando flores al cementerio, y recordando todo lo bueno que hubieran hecho por nuestras ciudades y comunidad. Me temo que, en la mayor parte de los casos, la lista sería corta. Que tanta paz lleven como descanso dejan, diríamos. Y a otra cosa.

Lo de Vázquez es la excepción anhelada a esa frase lapidaria y conocida, la de “todos los políticos son iguales”. Me entra hasta un repeluco sólo de imaginar tan dichosa fantasía. Sinceridad, escucha, preocupación, buena gestión, actos en beneficio de las personas gobernadas. ¿Timahina? A lo mejor la cuestión, al menos en parte, está en ver de dónde salen esos políticos. Qué hacían antes, el currículum. Viendo el panorama general, los datos son esclarecedores: cargos encadenados en organizaciones políticas y partidos a montones, desde jovencitos; un rastro de dispendio y cambios para peor en lo dirigido; ristras de títulos, a veces incluso cambiantes, puestos en práctica sólo en la esfera política o en lo más selecto de la privada… Todo suele ser caótico u opaco. Todo excepto una cosa: que estos dirigentes no vienen del terruño, precisamente.

Batalla de Zama, librada entre Roma y Cartago y que pondría fin a la segunda guerra púnica con la derrota del cartaginés Aníbal Barca
Batalla de Zama (202 a.C), librada entre Roma y Cartago y que pondría fin a la segunda guerra púnica con la derrota del cartaginés Aníbal Barca

A lo mejor tenemos que pararnos a meditar si podemos pedirle empatía y saber hacer a quienes nada tienen que ver con nuestras necesidades y preocupaciones cotidianas. A lo mejor tenemos que vetar más y conceder menos. A lo mejor tenemos que volvernos más exigentes, con quienes aspiran a “representarnos” (tiene hasta gracia el concepto) y con nuestras propias personas. Tal vez así dejemos de rumiar nuestros mosqueos y hagamos cumplir alguna vez a los mandatarios de turno. Porque ideal este sistema no es, pero si nos desentendemos, es seguro que lo será aún menos.

Dicho esto, alguna fantasía más me viene a la mente. Ese eslogan evocado hace 47 años: “por un poder andaluz”. Con él se consiguió la autonomía para la comunidad, pero no para sus habitantes. Diría que al final acabamos sobreentendiendo que ese poder era para otros, para los despachos y salas de reuniones, pero no para el salón de un piso familiar o la portería del bloque. Qué bonito sería tomar conciencia de que ese poder andaluz se encuentra mirando en las solerías y las manos agrietás, entre mambitos y talegas. Qué bonito sería, además, ejercerlo. Lo mismo así no observaríamos con anhelo los cariños a alcaldes ajenos, ni asistiríamos con honda pena al maltrato del legado de arquitectos soñadores, entre otras tantas cosas descorazonadoras. Por ahora, me quedo con una esperanza que es a la vez una intención, dicha por boca de otro Aníbal: «Encontraremos un camino, y si no, lo crearemos».

El general cartaginés, después de dar mucha guerra, acabó por darse la vuelta. Espero que nosotres sigamos adelante, buscando el camino.

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