Artículo RocÍo Cruz, madre, feminista y andalucista: "Una historia real y, desgraciadamente, común"

Una historia real y, desgraciadamente, común

El otro día volviendo de la compra, vi de lejos a una mujer sentada en un banco a la que me pareció reconocer, pero como una vez pasados los cuarenta la vista a veces juega malas pasadas, decidí acércame. Efectivamente, era María. ¡Qué de tiempo llevaba sin verla! Puse mi bolsa de la compra en el suelo, me dispuse frente a ella y le dije: ‘¡cuánto tiempo!, ¡cómo me alegro de verte!’. Ella tenía la cabeza cabizbaja y al levantar su mirada vi cómo los años habían pasado por ella. No nos dijimos nada, tan solo me senté a su lado y me limité a escucharla.

«Me casé demasiado joven pensando que conseguiría una libertad ansiada durante toda mi adolescencia. Qué equivocada estaba. Tan solo salí del nido para meterme en una jaula que no sabía que me iba a atrapar. Pensaba que estaba construyendo mi castillo donde sería la reina, dueña y señora de mis anhelos y libertades. Me sentía grandiosa, pero qué engañada estaba. Pero ante la construcción de aquel castillo vino mi primera princesa, que colmó de alegrías mis días, pero que también me enseñó que tener hijos no es jugar a las casitas. Conforme fui cumpliendo años, todo aquel fortín que pensaba que era de oro y diamantes comenzaba a venirse abajo dejándome vacía por dentro. No sabía quién era, no me reconocía. Y, para colmo, descubrí que la puerta de la jaula de oro estaba cerrada. Una noche, ya con mis dos criaturas dormidas, vi lo que había sido mi vida, lo que era y lo que podría ser y se me rompió el alma. No quería estar así, no quería ser esa y empecé a escuchar aquel ‘estás loca’ Maldita frase que se clavó en mi alma con un puñal afilado. Saqué fuerzas de donde ya no las tenía y dije ‘se acabó’. Una piensa que diciendo esas palabras, la película pone ‘fin’, pero de eso nada, luego viene la segunda temporada que es aún más dura e injusta».

Ante mi asombro, mi amiga María estaba relatándome, como si de un mismo vómito se tratara, su triste historia de maltrato silencioso, la que sufren muchísimas mujeres. La cogí de la mano, me miró y vi caer una lágrima por su mejilla. Me mantenía callada, tan solo le apretaba fuerte esa mano.

«Tuve que huir», me dijo,  y empezar una nueva vida, sin nada, con dos criaturas que tenían a su madre destrozada, la que, precisamente, tenía que sacar fuerzas del último rincón de su alma dolida. Pero la vida me tenía un regalo escondido y me lo mostró en el momento necesario. Entró él con su fuerza poniendo su corazón en la mano y entregándomelo sin pedirme nada a cambio. Tan solo me miraba y me abrazaba. Me enseñó que el amor existe de verdad. Tenía aún, ahora bien, la herida abierta, y la suturé con el mejor hilo que puede encontrar, porque una vida me esperaba. ¡Qué feliz he conseguido ser con lo que verdaderamente anhelaba! Ser una mujer libre con alguien a mi lado que andaba a compás conmigo y con mis criaturas.

"Y si un día no me ves más, haz la revolución por mí y por todas las demás"
«Y si un día no me ves más, haz la revolución por mí y por todas las demás»

En ese momento, solo la abracé y sentí cómo su corazón latía a mil por hora. Sospechaba que aún no había cesado ese sufrimiento que me revelaba al principio de su historia.

Me miró a los ojos y me dijo: «¿Sabes? Aún no he podido soltar el lastre, todavía tengo talladas con cincel en mi memoria aquellas noches de llanto, aquellas jornadas de ‘yo tengo la culpa de todo’; de ‘si hiciera las cosas de otra forma, seguro que saldría todo mejor’; aquellos castigos sin dirigirme la palabra. No soy capaz de saber por qué me ocurrió aquello. Llegué a sopesar que muy mal habría de haberme portado en la vida para que me castigara de esa manera. Estaba cansada de preguntarle a la luna, de hacerlo lo propio a las estrellas, y quería ir hasta a por agua al desierto. Y me di cuenta de que tenía que hablar con mi niña aventurera y volar. Me encuentro entre dos mares, amiga, me encuentro ante el mar en calma de mi vida de ahora y el mar de tempestades del pasado. Paso de uno a otro sin saber como y solo quiero que todo el mar que me rodea esté lleno de esa paz que mi alma anhela».

Seguí sin decirle nada, tan solo la escuchaba con nuestras manos entrelazadas como cuando nos sentábamos hace muchísimos años en los bancos del barrio para hablar de nuestros amores adolescentes. Nuestros ojos se cruzaron y nos fundimos en un fuerte abrazo, porque, aunque había transcurrido una eternidad, éramos de nuevo aquellas dos adolescentes que hoy ya pintaban alguna que otra cana. Le cogí la cabeza, se la levanté con tremendo esfuerzo y le dije que el destino me había dado la oportunidad de haber estado de nuevo a su lado. Nos fundimos entonces en un abrazo de aquellos que hacen que dos corazones latan a la par y entendí haberle quitado un poco de peso de su tormenta.

Esta, desgraciadamente, no es una historia puntual. Es un relato real y demasiado común para tantas mujeres. Me pregunto: ¿dónde está la reparación de las víctimas?, ¿dónde están las ayudas para recomponer esas almas destrozadas que se sienten con la obligación de seguir viviendo?, ¿dónde está la recomposición de un ser humano herido?, ¿habrá algún momento en el que ese pasado no salga a la luz de nuevo? Tantas dudas me asaltan, tantas preguntas rondaban y rondan por mi cabeza que tan solo fui capaz de decirle: ‘El silencio también mata’.

Si eres una de esas Marías, cuéntalo, compártelo, háblalo y saca fuera de ti ese mar de tempestades porque querida mía: ¡tú no tienes la culpa!

Manifestaciones en toda Andalucía este 25 de noviembre por todas las mujeres andaluzas víctimas de violencia de género secundadas por Iniciativa del Pueblo Andaluz
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