No es que tuviéramos ganas de irnos; pero el último día todos -o la mayoría- nos levantamos con especial ánimo y ganas, directos hacia el desayuno del hotel donde nos alojábamos. La razón iba más allá de esto y era mucho más simple. De hecho, diría que es una razón muy española. La noche anterior, la primera comida que hacíamos en este hotel en Rabat, cuando estábamos terminando de cenar apareció un camarero para saldar cuentas con aquellos que habíamos consumido agua. Sí. Nos cobraron el agua. “Qué afrenta”, exclamaron los más cervantinos. Este acto provocó en muchos de los comensales -en mí el primero- un sentimiento parecido al que sufrió España en el mundial de Corea y Japón de 2002. Y, como tal, el desayuno iba a ser nuestro partido de vuelta.
Por tanto, el día comenzó repleto de energías porque en el desayuno nos dejamos guiar por el pecado capital de la gula, dispuestos a cobrarnos en comida esa agua de la noche anterior. Tras esta modesta actuación, pusimos rumbo hacia nuestro último destino: Arcila. Una ciudad ubicada en la costa atlántica norte de Marruecos y que está a una hora aproximadamente de Tánger, desde donde cogimos el ferry.
La ciudad es, simplemente, preciosa. Quizá tenga que ver que lo primero que pensamos muchos en cuanto llegamos a la misma es que nos recordaba a distintas ciudades costeras andaluzas. De nuevo la nostalgia. Especialmente única es la parte antigua de la ciudad, custodiada aún por unas murallas construidas por los portugueses y que custodian una fortaleza viva de pequeñas casas blancas con un alto predominio del azul.
El patrón y distribución de la ciudad que custodia la fortaleza es el mismo que el descrito en otras que hemos visitado. Calles estrechas, ausencia de plazas, pasillos estrechos, suelo de piedra y, por supuesto, subida escarpada hasta llegar a una explanada desde la que se puede contemplar el mar. Arcila está rodeada de mar. Sus playas transmiten la paz de una ciudad con el potencial de ser conquistada por el imperialismo turístico y que aún descansa como joya desconocida por estas aves rapaces, que destruirían la idiosincrasia de la ciudad en cuanto pudieran ver el mínimo beneficio económico.
Las vistas desde lo más alto de la ciudad son espectaculares. Muy similares, por cierto, a las que pudimos presenciar el día anterior en el Kasbah de Rabat. Tras visitar la ciudad antigua y una breve parada para almorzar -aún había hambre- nos dirigimos rumbo al ferry que, posteriormente y tras una breve espera, nos llevaría de vuelta a Andalucía.
Así concluían cinco días de peregrinación andaluza hasta Agmat, pasando por Casablanca, Aït Ben Haddou, Marrakech o Rabat, visitando monumentos, palacios, paisajes, atravesando las montañas del Atlas, subiendo y bajando calles, carreteras y escaleras, viajes en autobús y un calor tórrido mientras nos volvemos locos mirando a los lados para comprobar que, pese a que el semáforo esté en rojo, nos iban a dejar pasar.
Cinco días donde quizá -fijaos-, lo de menos, hayan sido las visitas culturales, y donde lo más importante, la compañía. El nutrido grupo de andaluces que acompañaba a este completo viaje ha revalorizado, aún más, todo lo que hemos contemplado. Personas que atesoran una gran experiencia, no solo vital (con cariño), sino también en la trinchera andaluza. Gentes de a pie, con vidas normales y dedicaciones a tiempo completo que dedicaron y sacrificaron su tiempo libre para formar(se), emprender y luchar por la dignidad del pueblo andaluz.
Toda esa lucha se expresó con ferviente emoción el día de Agmat, cuando visitamos el monolito de Almotamid en honor a Blas Infante. Pocas veces recuerdo haber estado en un acto donde la emoción y los sentimientos estuvieran a flor de piel. Es difícilmente descriptible lo que pudimos sentir en aquel pequeño mausoleo.
Este viaje peregrino a Marruecos coincidiendo con el centenario del realizado por Blas Infante siempre quedará en la memoria de todos los que hemos formado parte de él. Quizá como el principio de algo, o quizá como el fin de la travesía; quizá como un grato recuerdo. Pero quedará. Porque compartir esta experiencia maravillosa que, espiritualmente, conecta con la vida de Blas Infante y con una compañía que ha supuesto un valor añadido inconmensurable, ha merecido totalmente la pena.
Periodista todoterreno especializado en comunicación política. Tratando de interpretar la actualidad con la mirada puesta en el sur.
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Codirector de Espacio Andaluz.