Mareos, convulsiones, mutaciones o cáncer: los efectos neurotóxicos y genotóxicos de los millones de litros de agua con metales pesados que la Junta pretende arrojar al Guadalquivir

Mareos, convulsiones, mutaciones o cáncer: los efectos neurotóxicos y genotóxicos de los millones de litros de agua con metales pesados que la Junta pretende arrojar al Guadalquivir

Cadmio, arsénico, mercurio o plomo son algunos de los metales pesados que concentran en dosis importantes los más de 80.000 millones de litros de aguas tóxicas de la mina de Aznalcóllar que la Junta de Andalucía pretende arrojar al río Guadalquivir, en su paso por el Estadio Olímpico de la Cartuja de Sevilla. Un contenido hídrico lo suficientemente importante como para considerar, a todas, intolerable esta suma de elementos, cuyos efectos afectan a todos los órganos del cuerpo, puesto que intervienen en numerosísimos procesos enzimáticos, especialmente, ligados al sistema nervioso o al material genético del cuerpo humano.

Es inevitable pensar que de ser vertida esta cantidad ingente de aguas repletas de residuos nocivos, muchos de estos metales pesados llegarían finalmente al consumo humano, a tenor de tantas de las actividades económicas, especialmente, ligadas a la agricultura, pesca o ganadería, que se nutren de las aguas del río Guadalquivir. Una dinámica que pondría en serio peligro la salud y seguridad alimentaria de la población localizada en el cauce del río que marcha entre Sevilla y Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), donde este desemboca, dada la orografía del río entre la provincia sevillana y el municipio sanluqueño y el efecto tan importante de las mareas para este.

Los efectos neurotóxicos y genotóxicos de estos metales pesados comprenden una larga lista, todos ellos, de especial riesgo para el ser humano. Entre las consecuencias neurotóxicas, estos elementos son capaces de provocar dolores de cabeza, mareos, pérdida de la función cognitiva, convulsiones y, en último término, la propia muerte del sujeto.

Por su parte, en el plano genotóxicos, metales como el cadmio, el plomo, el arsénico o el mercurio tienen la potestad de interceder en el ADN, causando daños en los sistemas encargados de arreglar las averías que presenta el propio material genético. De esta forma, las secuelas de ello son, en el mejor de los casos, la muerte celular, pero también la irrupción de mutaciones que pueden derivar finalmente en cánceres, infertilidad o descendencia con mal formaciones, ya que son transmisibles a generaciones posteriores.

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