Once días de manifestaciones constitucionalistas dan para mucho, menos para aprenderse la constitución, y eso que no tiene muchas páginas. Incluso existe una edición de bolsillo para leer en el transporte público camino a la manifestación, para exhibir ese constitucionalismo. Pero parece que los que se congregan a las puertas de Ferraz no son muy seguidores del ‘librito’. Seguro que si por ellos fuera lo cambiaban. Igual que al gobierno. Dos pájaros de un tiro.
La multitudinaria recepción que tuvo el pasado domingo 12 de noviembre la llamada a filas del Partido Popular fue, en cierto aspecto, sorprendente. Cientos de miles de personas abarrotaron las calles de muchas capitales de provincia de España dejando imágenes – y memes – para el recuerdo, y la fuerte convicción y convencimiento de que la polémica está servida con la ley de amnistía. Todo lícito.
Sin embargo, me pregunto cómo se ha llegado, en tan solo nueve días, desde las primeras manifestaciones de madrileños nostálgicos casi improvisadas en internet y grupos de Telegram, a conseguir que cientos de miles de españoles salgan a la calle convencidos de que están protestando en rechazo a la ley de amnistía y no participando en un relato político manejado por las derechas extremas para derrocar al Gobierno (esto lo saben un poquito) con un resultado tan exitoso para los autoproclamados constitucionalistas, que, ‘dime de qué presumes y te diré de qué careces’.
La centralización del poder en la capital española, a la sazón Madrid, ha generado siempre un fuerte motivo de disputa, sobre todo desde la periferia, que sufre las consecuencias directas de esta indefensión. En la capital se integran los poderes políticos, judiciales, económicos y, como no podría ser de otra manera, informativos.
No es nada nuevo señalar la excesiva centralización informativa de la que adolecen los canales de información en España, ya sean públicos o privados, cuyas noticias están, de manera casi inevitable, pasadas por el embudo madrileño. Esto, a todas luces, es un despropósito y genera ineficacia informativa. Pero, en otros casos, es un peligro descontrolado, como en este.
El pasado 3 de noviembre comenzaron las manifestaciones en Ferraz contra la famosa ley de amnistía pactada entre PSOE y Junts. Las crónicas recogen que fueron “varios centenares” de manifestantes los que se congregaron a las puertas de la sede del partido en Madrid para mostrar su disconformidad con esta medida. La improvisada concentración, aireada por Telegram y las redes sociales, fue motivo de regodeo en las mismas, debido, sobre todo, a lo esperpéntico de la situación. Pequeños grupos de gentes protegidos por el poder que otorga la bandera española profiriendo cánticos predemocráticos, haciendo saludos con la mano alzada, rechazo a la monarquía, recriminaciones al PP… un mix que aterra pero que ese día fue motivo de meme.
Lo que no calculaba internet era lo que estaba a punto de pasar. Lo que fueron “varios centenares de personas” mostrando su naturaleza más salvaje en Ferraz con la excusa de la ley de amnistía fue interpretado por los medios de comunicación, de forma para nada oportunista, como un rechazo general a la medida mencionada. Las horas dedicadas a debatir sobre los sucesos dio a la mini-manifestación alcance e importancia nacional, generando un apoyo cada vez mayor y desvergonzante a los allí presentes desde distintas partes del país, sobre todo por redes sociales.
La burbuja creció y las manifestaciones cada vez han ido tomando un cariz más peligroso, donde los grupos de extrema derecha hacían acto de presencia sin escrúpulos ni complejos y donde la oficiosidad de la misma mutó a tratar de recrear el propio asalto al Congreso ‘made in Spain’, mientras que en el relato mediático continuaba resonando la protesta constitucionalista frente a la dichosa ley de amnistía. A esta mala interpretación se sumaban los apoyos de los partidos políticos de derechas y sus líderes y lideresas que no paran de lanzar infantiles proclamas contra un gobierno aún sin constituir pero que, desde el momento en el que la ciudadanía no les otorgó el respaldo para alcanzar el poder, tachan de ilegítimo. La proclama ahora es volver a convocar elecciones, pese a haberse celebrado las últimas hace apenas 4.
La pregunta es hasta qué punto un país podrá seguir soportando que el relato político esté construido en Madrid y para Madrid, difundido en toda España en directo para que sean testigos de la lucha por el poder en la capital. Esta irresponsable actuación, donde se ha masificado una quedada residual de enajenados para convertirla en protesta nacional abanderada por dos partidos políticos en concreto, deja ver la suspicacia con la que se actúa y el cuidado con el que hemos de andarnos. No podemos seguir interpretando la realidad desde la perspectiva de nuestra ‘liberty city’ particular.
En el resto de ciudades españolas ha tenido que calar el relato constitucionalista a través de los canales de desinformación de confianza habituales, sumado a la realidad transmitida por la vieja confiable caja tonta. Los días pasaron y se compró el discurso. Que si realmente la protesta estuviera centrada en la ley de amnistía este artículo no existiría. Pero la realidad es otra, y siempre más real de lo que nos gustaría. Han sido unos días donde lo peor del conservadurismo nacional-católico ha campado a sus anchas, ha exhibido sus desvergüenzas y se le ha dado trato de prioridad, disfrazado, incluso, de moderación, cuando la intransigencia exhumante es palpable.
Mientras la vertiente informativa siga irradiando de Madrid el único relato para interpretar la realidad, los ojos han de estar abiertos y avizores porque, en las más de las ocasiones, esta será irreal, y responderá a las dinámicas de una ciudad que se devora a sí misma, cada vez más insostenible y polarizada y que se desquita transmitiendo estas dinámicas polarizadoras al resto del país, generando horas de debates nimios y retroalimentando su propio relato, con un interés que no sobrepasa lo lucrativo.
Periodista todoterreno especializado en comunicación política. Tratando de interpretar la actualidad con la mirada puesta en el sur.
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Codirector de Espacio Andaluz.