Europa, el viejo continente que se enorgullece por su historia y cultura, se enfrenta a un oscuro capítulo en su presente: la crisis migratoria. En un mundo globalizado, donde la información fluye a través de las fronteras y las culturas se entrelazan, Europa todavía se tambalea bajo el peso del racismo sistémico y la falta de políticas humanitarias adecuadas para abordar esta tragedia.
Hoy, me he levantado con la terrible notica (aunque una más de tantas) de la llegada de una patera a las costas de El Puerto de Santa María, en Cádiz. Mientras escribo estas palabras, las lágrimas llenan mis ojos y el corazón me pesa. En esa embarcación viajaban unas 28 personas en busca de un refugio seguro. Sin embargo, antes de que alcanzaran tierra firme, una vida se apagó, y varios más llegaron heridas y con contusiones. Estas muertes las hemos normalizado. Ya no nos conmueven. Sin embargo, no podemos olvidar como sociedad que detrás de cada noticia hay vidas humanas que enfrentan innumerables peligros en su búsqueda desesperada de un periplo vital mejor.
La crisis de migrantes que intentan cruzar el Estrecho es un recordatorio sombrío de la insensibilidad y la falta de acción de Europa en la lucha contra el racismo y la xenofobia. La Ley de Extranjería en muchos países europeos, incluyendo España, se ha convertido en un instrumento de exclusión y discriminación. Es una triste ironía que esta Europa, que aboga por los derechos humanos en la arena global, permita leyes de inmigración cada vez más restrictivas y racistas en todo el continente.
El Mar Mediterráneo se ha convertido en un símbolo de inhumanidad gracias a la indiferencia de Europa hacia las vidas que se pierden en el camino de la esperanza. Esta región, que une dos continentes y separa dos mundos, debería ser un puente hacia la comprensión y la solidaridad. En cambio, se ha convertido en un foso de desesperación y muerte.
Es imperativo que reconozcamos el Mar Mediterráneo como la fosa común que es. No podemos cerrar los ojos y esperar que el problema desaparezca por sí solo. Las cifras de muertes en el mar siguen aumentando; debemos asumir la responsabilidad y actuar de manera decisiva para poner fin a esta tragedia.
El racismo sistémico es una enfermedad arraigada en nuestra sociedad, y negarlo solo prolonga el sufrimiento de aquellas personas que huyen de la guerra, la pobreza, el cambio climático y otras calamidades. Para que haya un cambio real, debemos reconocerlo como sociedad y equiparar la lucha contra el racismo a la lucha feminista. Así como los movimientos feministas han logrado avances significativos, hasta lograr un grito común ‘¡Se acabó!’, algún día también queremos poder gritar un rotundo ‘¡Se acabó!’ frente a las muertes de personas que buscan refugio y una vida mejor.
Para lograrlo, necesitamos implementar políticas antirracistas en todas las instituciones europeas. No podemos seguir siendo una ‘Europa-Fortaleza’ que se niega a abrir sus puertas y corazones a quienes buscan un lugar seguro para vivir. Necesitamos corredores seguros que permitan a los migrantes acceder a Europa sin poner en peligro sus vidas en peligrosas travesías marítimas.
Esta crisis no es solo un problema de inmigración, es un problema de humanidad. No podemos permitirnos seguir siendo testigos mudos de esta tragedia. Hay que presionar a nuestros gobiernos para que actúen con compasión y solidaridad, y para que sepan que no toleraremos más muertes en nuestras costas. La tragedia del Estrecho de Gibraltar no puede ser el legado que dejemos a las generaciones futuras. Depende de nosotras cambiar el rumbo y construir un mundo en el que todas las vidas importen, independientemente de dónde vengan.
Responsable del Área de DDHH y Migraciones en Podemos Andalucía. Pedagoga, activista de los DDHH y familia de acogida de chicos extutelados, a partir de los 18, que llegaron siendo menores no acompañados a nuestras costas. Una gaditana, nacida en Australia, orgullosa de ser andaluza.